viernes, 30 de agosto de 2013

¿Fue la ola de inseguridad en Tafí del Valle parte de un ritual?

Entre abril y julio de este año hubo una ola de robos a viviendas en la pacífica localidad de Tafí del Valle. Ello generó verdadero pánico tanto entre la gente que habita en esa ciudad como en aquellos que poseen casas de veraneo. Lo curioso del caso fue que, a principios de agosto, a una parte del botín la hallaron enterrada.

El Padre B., uno de los hombres más sabios que he conocido en toda mi vida, tiene una interesante hipótesis acerca del asunto.

– ¿Para usted los robos en Tafí del Valle ocultan algo?

– Tal cual. Yo sospecho que es algo esotérico. Para mi a esos robos los perpetraron para poder llevar a cabo un ritual.

– ¿Por qué sostiene eso?

– Por la situación en si. Fíjese: durante varios meses un grupo de delincuentes se dedicó a robar casas en Tafí del Valle; en la volteada cayó todo el mundo, incluso gente del gobierno (la prensa contó que uno de los robados fue el Senador Sergio Mansilla); un tiempo después encuentran que buena parte del botín estaba enterrado. ¿Los ladrones robaron para ocultar lo sustraído? No tiene mucho sentido.

– Quizás estaban acopiando el botín para sacarlo de la ciudad a medida que iban consiguiendo compradores, quizás el pozo era un aguantadero.

– Recuerde que en esa zona es normal que nieve, ¿aún así usted dejaría electrodomésticos y otros objetos sensibles en medio del frío taficeño? Se le filtra el agua y le inutiliza todo. Entonces o eran los ladrones más estúpidos del mundo, o enterraron lo robado por otro motivo.

– ¿Y cual es ese motivo? ¿El ritual que usted dice? ¿Qué tipo de ritual?

– Yo creo que se trata de un ritual vinculado a la creencia pagana de la Pachamama. El primer día de agosto, la gente que vive en la zona de los Andes que pertenecían al imperio de los Incas tiene la costumbre de hacer algo llamado “la corpachada”, que consiste en arrojar dentro de un pozo diversas cosas a manera de ofrenda a la “Madre Tierra”. Principalmente se arrojan alimentos, pero se puede arrojar cualquier cosa: joyas, indumentaria, utensilios, armas, incluso personas en sacrificio, cualquier cosa sirve y, por supuesto, tienen diversos significados.

– ¿Entonces los ladrones de Tafí del Valle serían una banda de “pachamamistas” que estaban cumpliendo con algún tipo de ritual religioso?

– No creo que sea exactamente así. La policía capturó a ocho personajes: siete ladronzuelos que viven en esa localidad, y un bandido de larga trayectoria proveniente de Alderetes. Los taficeños apresados confesaron que había más gente involucrada en el asunto (recuérdese que en algunos casos se identificaron entre los malvivientes a hombres que tenían un excelente manejo de armas largas y una gran capacidad para dar órdenes y controlar situaciones), pero el sujeto de Alderetes, el más prontuariado de todos, mantiene un silencio absoluto hasta el día de hoy.

– ¿Esa otra gente involucrada serían los autores intelectuales de los robos?

– Sí, es lo que pienso: un grupo de gente poderosa, es decir un clan que controla la provincia, le pagó a alguien para que arme una banda de ladrones que tome pertenencias de gente que le es hostil o que no le es ciento por ciento leal (no al punto de poder mostrarle abiertamente sus extrañas creencias) y las ofrende a la Pachamama. Es un ritual típico para, supuestamente, “acrecentar el poder” con el apoyo de la diosa madre, porque no nos olvidemos que la policía dijo que entre los televisores, las radios y la ropa habían alimentos arrojados en el suelo. No me extraña que esta gente, y usted sabe bien de quienes hablo, haga este tipo de cosas. Ellos creen en ese tipo de superstición, y para alguien así siempre les conviene contar con la protección extra a no hacerlo, sobre todo si se está caminando sobre la cuerda floja como ellos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Un frustrado Rothschild

Estimado lector,

Hoy vi un camello en Capital Federal. No se trataba de una visita sorpresa de los Reyes Magos, sino de la evocación de dos personajes que se creen monarcas y cuya única capacidad mágica aparente es la capacidad de acrecentar exorbitantemente su patrimonio sin que la Justicia perciba a ello como delictivo. Allí iban por las calles porteñas el matrimonio Alperovich, acompañados por la gente de la Asociación Bancaria.

El conflicto, como todos saben, empezó cuando el Gobernador dispuso que el popular rufián Armando Cortalezzi se convirtiese en interventor de la Caja Popular de Ahorros, el banco que administra el Estado provincial. Cortalezzi, casi como uno de los miembros de la Cosa Nostra, implementó una serie de medidas para apoderarse de la entidad sin concederles nada a los que hasta ese momento la controlaban. Desde entonces el enfrentamiento entre el gobierno provincial y el sindicato de banqueros ha ido creciendo y ramificándose. La gente de la Bancaria puso dinero para reavivar la Causa Lebbos, para fiscalizar las elecciones de este año y para paralizar la actividad de los bancos de todo el país a favor de sus reclamos.

La contraofensiva alperovichista ha sido lamentable: cuando hubo elecciones en el gremio pusieron un candidato que contaba con su auspicio, pero aún así perdió por paliza frente al candidato promovido por los empleados bancarios.

José Alperovich siempre tuvo dos sueños: controlar los medios de comunicación y vivir de la usura. Así fue como llegó a ser Director de Canal 10 gracias a su militancia en la UCR (la Universidad Nacional de Tucumán, dueña del canal, era gobernada en aquel entonces por el ucerismo), pero salió eyectado por incompetente. Después probó suerte con un banco, el infame Banco Noar, en el que también estaban los hoy funcionarios Carlos Rojkés y Jorge Gassenbauer. En los años en que dirigió esa entidad, Alperovich cometió toda clase de ilícitos como la estafa, el abuso de autoridad y la licuación de acciones. En 1994, el Banco Noar se fusionó con el Banco Mayo –el de Rubén Beraja– y un tiempo después se produjo la quiebra fraudulenta.    

En la actualidad, tras una década de gobernar Tucumán, Alperovich ha logrado que la mitad de los medios de comunicación tucumanos sean serviles a su régimen, y que la otra mitad lo trate con lenidad. De todos modos eso no equivale a haberse convertido en el magnate de las comunicaciones que pretendía ser. Y mandar a matones de antecedentes prostibularios a copar un banco tampoco lo convierten en el respetado hombre de finanzas que se imaginaba que algún día sería.

El deseo de Alperovich de convertirse en un Rothschild está muy lejos de realizarse. Es más real, en cambio, una habitación con una ventana cubierta por una reja y un traje a rayas.



César Thames

jueves, 8 de agosto de 2013

Las víctimas

Amigo lector,

Durante estos últimos diez años hemos visto como el gobierno de los Alperovich se desfiguraba hasta convertirse en una versión ligera de la tiranía que un cabo austriaco supo ejercer en la Europa del siglo pasado. Lo más lamentable de todo este proceso ha sido observar como el clan hebreo verticalizó a la provincia en torno suyo.

La ideología del camaleónico Alperovich es el oportunismo: en veinte años fue radical usurero, bussista servil, duhaldista ambicioso y kirchnerista militante; su piel es del color del tiempo. A la oposición la dividió hasta reinar, y al Partido Justicialista lo convirtió en una empresa familiar dirigida por su esposa en el rol de Dama de la Esperanza, eliminando con ello toda voz de disidencia relevante.   

El Poder Judicial tampoco ha sido obstáculo para Alperovich, quien –conociendo la experiencia de Esteban Jerez en sus años de Fiscal Anticorrupción durante el gobierno de Miranda– llenó los juzgados de juristas mediocres pero afines a él, y persiguió o aisló al resto de los que no querían someterse a sus excesos.

Los sindicatos (y su versión desnutrida y chagásica, o sea los piqueteros) han doblado sus rodillas ante “Camello” Alperovich. Sólo los gremios de docentes, de médicos, de bancarios y de policías, vale decir las cuatro profesiones que menos deberían procurar desarrollar actividades sindicales por el bien de la sociedad a su cargo, han inquietado mínimamente al Tirano. Las asociaciones de consumidores no han podido tampoco triunfar en sus intentos por salvar a los bolsillos hogareños de la rapacidad de los transportistas, de la de los supermercadistas y de la de los concesionarios de servicios públicos.

Como un Perro Familiar, Alperovich aplastó a los productores rurales, preocupado siempre en buscar la manera de duplicar a nivel provincial a la política en contra del campo que impulsa el gobierno kirchnerista a nivel nacional. Los ambientalistas, pese al ecocidio diario que se atestigua en Tucumán, no han logrado llamar la atención de la población adormecida.

Sectores otrora críticos como los estudiantes o los académicos no buscan en la actualidad siquiera una excusa para enfrentarse a la tiranía. Y desde el ámbito cultural la reacción más extendida en contra de Alperovich ha sido el más chabacano escapismo.

La Santa Iglesia Católica Apostólica Romana tuvo allá lejos y hace tiempo los bríos suficientes para velar por la Constitución Provincial, cuando, por ejemplo, Monseñor Luís Villalba sostuvo que un judío no podía ser gobernador en una provincia que exigía a los católicos ejercer ese puesto. Eran épocas en que la dictadura de la “corrección política” todavía no era más que el murmullo de unos cuantos marginales. Alperovich, como una serpiente en la sombra, hizo caso omiso a la prohibición constitucional, y terminó desquitándose contra esa obra maestra del constitucionalismo nacional y hasta contra nuestra bandera.

Y los Alperovich tampoco tuvieron en la prensa, en el mentado “cuarto poder”, a un objetor poderoso. Algunos periodistas han logrado agitar las aguas, pero sus intentos de llegar lejos con esa actitud se han diluido muy rápido, gracias a las prebendas o a los aprietes de las fuerzas gubernamentales. De todos modos la culpa del fracaso de una prensa independiente en Tucumán no es entera responsabilidad de los periodistas, sino que más bien los autores de esta situación son los dueños de los medios de comunicación de la provincia.

Sin embargo algo cambió en este aspecto últimamente: Alberto Lebbos, el padre de la asesinada Paulina, empezó a conseguir micrófonos poderosos como los de Jorge Lanata. Ello generó conmoción en el clan, porque Lanata es escuchado por más de la mitad del país. Incluso en la ceremonia de entrega de los premios Martín Fierro, el periodista porteño mencionó al gobernante tucumano.

El propio José Alperovich, en respuesta a la embestida de Lanata, declaró que él es el gobernador tucumano que más ataques de prensa ha sufrido en la historia, agregando que, intolerantemente, lo critican por haber engendrado a un homicida y por vacacionar obscenamente en el desierto para sentirse un Sultán.  

La Senadora Beatriz Rojkés de Alperovich, Madre y Odalisca, habló sobre una operación mediática tan escandalosa para difundir infamias y mentiras que hasta se meten con su familia, la misma familia a la que ella y su marido le garantizaron una enorme cantidad de cargos públicos electivos y puestos de funcionarios en el Estado, sin contar con los incontables negociados financieros que con dinero de todos hicieron para favorecer a los empresarios del clan (Carlos Rojkés, Sara Alperovich, Leonardo Elgart, Naum Alperovich y un largo etcétera que incluye una multitud de nombres hebreos).

Según la opinión de los Alperovich, ellos son las víctimas del asesinato de Paulina Lebbos. Desde hace siete largos años, la Justicia ha entorpecido la investigación para llegar al día de hoy y ayudar a la prensa destituyente a que pierdan una elección. Al final resultó ser todo una conspiración para acabar con una familia de “patriotas” tucumanos. ¡Quien lo diría!



César Thames 

viernes, 2 de agosto de 2013

A propósito de los hermanos Bussi

Los hijos de Antonio Domingo Bussi han dilapidado el capital político que heredaron de su padre. Ello no ocurrió solamente por el agravio progresivo que sufrió la figura del General desde que le fuese usurpada la intendencia capitalina en 2003, sino también porque ninguno de los dos hermanos pudieron articular un discurso político que sedujese a sectores específicos de los votantes tucumanos.

Tanto Ricardo como José Luís Bussi trataron en estos últimos diez años de jugar como políticos convencionales. Sin embargo los momentos en los que han conseguido mayor adhesión popular están vinculados a los episodios en los que han actuado como políticos radicalizados. Es que los hermanos Bussi pueden hacer algo que a casi todos los demás políticos de hoy en día les está vedado: vindicar el Proceso de Reorganización Nacional.

Aquel famoso periodo de la historia reciente de la Argentina no fue ni excepcionalmente bueno ni fue tampoco excepcionalmente malo. En materia económica, el Proceso de Reorganización Nacional logró estabilizar al país tras el Rodrigazo, pero no tardó en desbarrancarse culpa de los banqueros codiciosos. En materia política, sucedió algo similar: se logró ponerle fin a un gobierno peronista impopularizado, pero no se avanzó en la creación de una propuesta política novedosa. Culturalmente, el Proceso de Reorganización Nacional consiguió insuflarle a la gente cierto sentimiento patriótico colectivo, al que la derrota en la Guerra de Malvinas, empero, finalmente devaluó. Y desde el punto de vista social, entre 1976 y 1983, pese a toda la obra pública ejecutada, no se produjeron grandes avances en el desarrollo humano, ni tampoco hubo un duro golpe en contra del bienestar general.

¿Entonces que es lo vindicable del Proceso de Reorganización Nacional? Su simbolismo. En efecto, durante la década de 1980, pasado el Juicio a las Juntas, los procesistas eran vistos por la gente de todo el país como la alternativa “productiva” ante un radicalismo marxistoide que imponía el divorcio y otras aberraciones y un peronismo huelguista que buscaba desalojar a la UCR y volver a algo parecido al periodo isabelista; después, en los años del menemato, juiciosamente se les levantó la proscripción a todos y se les permitió a los procesistas asimilarse a la fauna política argentina, poniéndose así en evidencia que ninguno de ellos era realmente un proyecto superador; sin embargo fue la década de 2000 la que vio al procesismo diabolizarse paulatinamente hasta devenir la encarnación del mal absoluto en el imaginario hegemónico contemporáneo.

En la actualidad el Proceso de Reorganización Nacional –o la “Dictadura”, como vulgarmente se lo llama– es una grotesca ficción basada en hechos reales e irreales, cuyo público son ante todo los niños. Ciertamente, quien vivió esa época sabe lo que ocurrió y recuerda cómo era el clima cotidiano, por lo que difícilmente al ver la caricatura de un militar con ojos rojos y cuernos en la pantalla de Paka Paka esa persona sienta algo más que vergüenza ajena, ¿pero que hay de los más jóvenes? A ellos les están imponiendo una patente mentira que ni el propio kirchnerismo puede sostener. El caso de César Milani es la prueba: cuando Estela de Carlotto declara públicamente que lo que la Conadep hizo hace casi 30 años atrás no es enteramente acertado, ella misma está reintroduciéndole realidad a algo a lo que se la habían extirpado por conveniencia. Es decir una cosa es que Alicia Kirchner guarde un sepulcral silencio sobre su trabajo como funcionaria procesista, pero otra cosa completamente distinta es que a un acusado ya no de colaborar sino de haber cometido crímenes de lesa humanidad se lo intente defender a capa y espada. El gesto cicatrizante de Néstor Kirchner de bajar el cuadro del General Jorge Rafael Videla de una pared del Colegio Militar queda anulado con este gesto comezonante de Cristina Kirchner de colocar el cuadro de César Milani en el mismo lugar.

En este escenario los hermanos Bussi, inevitablemente ligados al Proceso de Reorganización Nacional por portación de apellido y por apego espiritual a su padre, persisten en su estrategia de desligarse de la ficción que el pensamiento hegemónico construyó, por lo que son percibidos por la gran mayoría como ellos mismos se presentan: dos ciudadanos argentinos más, indignados por la inflación que castiga los bolsillos, la inseguridad que somete a los honestos y la impunidad de la que gozan los corruptos. Pero cuando Ricardo Bussi chicanea a Milani, o cuando José Luís Bussi pide la creación de un ferrocarril subterráneo que colabore con la huída de los perseguidos por la venganza montonera, estos hombres se recortan del fondo.

La posibilidad del resurgimiento del bussismo se encuentra en un camino que los Bussi se han negado a transitar: atreverse a jugar políticamente a la política. Si los hermanos aspiraran a ser algo más que dos meros burócratas, podrían llegar a conseguir algo de la mística que no heredaron de su padre. Pero no lo hacen. En lugar de estar encabezando una (necesaria) guerra contra el Inadi, en lugar de estar nalgueando a los neoimberbes de La Cámpora, en lugar de estar custodiando que no se tergiverse la memoria de los heroicos participantes del Operativo Independencia, en lugar de estar a la par de los familiares de los procesados en la Megacausa, Ricardo y José Luís Bussi se dedican a sobrevivir vaya uno a saber exactamente cómo en un ambiente que ya los ha expulsado, pero no por ser quienes son, sino justamente por negarse a ello.