Apreciado lector,
Hoy, 10 de diciembre de 2013, se
cumplen treinta años desde que un opaco hombrecillo se puso una banda
presidencial e inauguró lo que la historiografía ha dado en llamar “la Democracia ”. Tres décadas
de caos económico, tres décadas de resquebrajamiento del tejido social, tres
décadas de subversión cultural, en fin, tres décadas de demagogia es lo que nos
toca hoy ¿celebrar? ¿conmemorar? ¿lamentar?
Personalmente el 10 de diciembre
es un día más en mi calendario: no me alegra ni me entristece. Mi santoral
indica que hoy es la festividad de Nuestra Señora de Loreto, una advocación
mariana que nació en el siglo XIII cuando un grupo de ángeles trasladó la casa de la Virgen María a Europa para
evitar que los sarracenos en Tierra Santa la profanaran. Casualmente ayer por
la tarde pensaba en lo oportuno que sería contar con un cortejo de ángeles que
me facilitase mi mudanza para dejar estas barbarizadas tierras del Tucumán y me
llevasen hacia donde reina la civilización. Es que, como a muchos de mis
compatriotas, me tocó padecer la inquietud de verme atacado por un malón.
En efecto, ayer fue un día lleno
de tribulaciones. Durante horas los originarios tomaron las calles de San
Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión para delinquir sin el temor a ser
reprimidos por la fuerza policial acuartelada. Un enjambre de motocicletas recorrió la
ciudad causando pánico en la gente, especialmente en aquellos desafortunados
propietarios de comercios (se salvaron, sin embargo, los sindicatos, las
fundaciones de lucha contra la trata de persona, las concesionarias de autos,
las viviendas de los políticos y otros lugares que hubiesen significado
provechosos botines para la delincuencia). La gran mayoría de esos “ilustres”
seres de piel bronceada y cabellos duros que delinquían del mismo modo en que
alguna vez lo hicieran sus antepasados eran jóvenes, gente nacida en los años
en que aquel pelele que cité al principio gobernaba, o arrojados a la vida
durante la década en que un mercachifle árabe creyó poder devenir Sultán de mi
amada Argentina. Los hijos de “la
Democracia ” le prepararon la fiesta de aniversario a su madre
de la mejor forma en que saben hacerlo: mancillándola.
Es que estos obscuros jamás han
entendido lo que es la democracia, porque nunca han tenido la oportunidad de
experimentarla. Y estos últimos treinta años, en lugar de funcionar como
escuela para la originada, sólo han servido para arrebatarles la instrucción
cívica y la dignidad ciudadana, convirtiéndolos, primero, en aquella masa salvaje
que un General –Juan Domingo Perón– supo manipular para construir un poder que
violenta las instituciones republicanas, y transformándolos después en aquella
turba bruta que otro General –Julio Argentino Roca– supo domesticar a través de
las armas.
Sin embargo no son esos Generales
los que la patria hoy en día necesita. Creo yo que, más bien, el General que a la Argentina le urge convocar
viste un hábito negro y responde al nombre de “Ignacio de Loyola”. Evidentemente
quien puede traer ese liderazgo a nuestras tierras es su discípulo que oficia
de Obispo de Roma. Ante tanta conflictividad social una voz pacificadora como
la del Papa Francisco es lo que Argentina requiere. También sería bueno que fuesen
reconstituidas las viejas misiones jesuíticas que pululaban por estas tierras
antes de la Pragmática Sanción
de 1767, ya que, sin ellas, “el Braian”, “la Yamila ” y los demás “incluidos” del kirchnerismo se
vuelven en contra del orden social que los ampara y desintegran al Relato que los celebra sólo por un
televisor nuevo y una cuantas botellas de vino azul.
César Thames
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