jueves, 31 de julio de 2014

¿Quo vadis Universitas?

Estimado lector,

No sé usted, pero yo siento cierta congoja por la situación actual de la Universidad Nacional de Tucumán. Resulta penoso ver lo que los docentes y estudiantes le hacen a diario a la Casa de Altos Estudios: unos –con la idea de que por parlotear en un aula merecen ganar unos abultados salarios que les permitan igualar a las fortunas de los magnates texanos– se resisten a trabajar, los otros –con la creencia de que merecen toda clase de desproporcionados beneficios por sentarse a leer fotocopias– se resisten a estudiar; ambos denigran al noble concepto de Universidad.

Cuando el ilustre Juan B. Terán fundó a la Universidad en 1914 no esperaba que terminara así. Si bien la universidad tucumana tuvo que lidiar con la nefasta Reforma Universitaria a sólo unos pocos años de haber sido oficialmente creada, se las arregló para prosperar en las décadas siguientes. Luego, lo inevitable: la UNT terminó cayendo en el pozo ciego en el que se encuentra la educación argentina. Desde entonces la Universidad no hace más que dilapidar el prestigio que alguna vez supo tener. La mediocridad intelectual es la regla elemental, la corrupción política es la meta común.

El Centenario de la noble institución quedó notablemente manchado. Es tan triste el presente de la UNT que, de hecho, a lo largo del año no hubo ningún tipo de iniciativa para celebrar aunque sea aparentando grandeza. Todo lo que se hizo por recordar a Terán y compañía fue de una tristeza propia de actos escolares en barrios marginales.  

El mejor regalo que se podría hacer la UNT hoy en día es suspenderse, vaciarse, someterse a un proceso de evaluación y plantearse la urgente reconstrucción de su identidad. Debería impulsar una Segunda Reforma Universitaria, que tenga como propósito revertir los calamitosos “progresos” de la Primera. De ese modo el viaje a la decadencia podría ser reemplazado, por fin, con el ascenso a los cielos.


César Thames

martes, 22 de julio de 2014

Guillermo el goloso

Estimado lector,

Hace exactamente un año escribí una reflexión sobre “los nenes” y “las nenas” que cogobiernan Tucumán junto a sus padres, tíos y abuelos. Textualmente apunté: “entre los mismos se encuentran Guillermo Gassenbauer, Marcelo Ditinis, Gabriel Alperovich y Oscar Bercovich, todos muchachotes que viven en un Bar Mitzvah permanente.” Hoy en día al menos dos de esos cuatros jóvenes maravillosos se encuentran seriamente sospechados de haber cometido horrendos crímenes, como no podía ser de otro modo.

Gabriel Alperovich, el “ángel” que Betty crió con todo su amor de idishe mame, está en la lista de espera para que le hagan pruebas de ADN por su participación en el Caso Paulina Lebbos. Lo triste es que el encargado de realizar el estudio es Daniel Corach, un famoso genetista que fue duramente criticado por su impericia (¿intencional?) en el Caso de las Turistas Francesas asesinadas en Salta: cuando un laboratorio francés analizó las muestras de ADN en Europa, concluyó que casi todas las certezas del equipo de Corach eran dudosas y que hasta incluso habían datos importantes que habían sido pasados por alto en Buenos Aires. Todo una gran casualidad.

El otro sospechado es Guillermo Gassenbauer, Legislador Provincial e hijo de Jorge Gassenbauer, el actual Ministro de Seguridad Ciudadana de la provincia. Al joven Gassenbauer una puntera lo acusa de haber desviado subsidios estatales de una cooperativa que iban destinados a la realización de obras de embellecimiento urbano. La cosa es más o menos así: el gobierno nacional lanzó hace unos años el Plan Argentina Trabaja, el cual tiene por propósito reunir a ese ganado humano que cobra planes sociales y organizarlos en cooperativas para que trabajen en su comunidad y justifiquen, de ese modo, la recepción de los subsidios por existir (y por votar en cada elección por el oficialismo); la puntera denunciante era una mujer de confianza de Guillermo Gassenbauer, a la que el Legislador Provincial le ordenó armar y encabezar la “Cooperativa Narciso Laprida”; durante unos tres años, la cooperativa cobró mes a mes dinero del Estado, pero no hizo ninguna obra con ese dinero; al parecer una fracción de los subsidios se distribuían entre los planeros y el resto iba al bolsillo de Gassenbauer; finalmente el gobierno kirchnerista amenazó con hacer una auditoría sobre las cooperativas, y la puntera entró en pánico –pues supuso que sobre ella recaería la culpa por el fraude– así que denunció al Legislador Provincial para salvar su pellejo. Lo maravilloso de este asunto es que la puntera afirmó haber recibido una admonición mariana en 2012, cuando a una estatuilla de la Virgen que tenía en su casa se le dio por llorar sangre. 

Lo de Guillermo Gassenbauer es de una bajeza espeluznante. De gente de esa calaña uno espera que los encarcelen por usureros, pero no por robarles a sus clientes famélicos y carenciados. Tucumán se encuentra tan flagelada por tantas décadas de corrupción, ¡que hasta los ladrones de guante blanco han perdido el estilo! La nueva generación no le deja ni los caramelos a los niños, son unos golosos de la sustracción. Hasta han hecho llorar a la Madre de Dios. 



César Thames

lunes, 14 de julio de 2014

No te dejo de alentar

Estimado lector,

En un país en donde la Fanfarria de los guardias pretorianos de la Patria se presta a las provocaciones futboleras en el mismísimo día en que la República festeja un nuevo aniversario sólo la decadencia es posible. En estas últimas semanas asistimos, una vez más, a la propagación de ese nacionalismo futbolero que saca lo peor de la gente. En rigor, no es que el nacionalismo futbolero saque lo peor de la gente, es que la peor gente sale a la luz a medida que se instala el nacionalismo futbolero.

Que se entienda: yo no estoy en contra del deporte. Al contrario, he sido siempre tanto un practicante como un promotor del deporte. Pero hay deportes y deportes. En algunos de ellos, los atletas se imponen, en otros, en cambio, los atletas son precisamente los que menos consiguen. El fútbol, como es obvio, es un deporte de éste último tipo. ¿O de qué otro modo se explica el éxito que alguna vez supo cosechar ese muchacho semianalfabeto y drogadicto de Diego Maradona? 

La última Copa del Mundo de Fútbol Asociado exacerbó el nacionalismo futbolero, el cual, como era lógico, derrapó ocasionando una violencia innecesaria en Buenos Aires y otras ciudades argentinas. Si se vende la ilusión de que Argentina es el mejor país del mundo y nos damos de bruces contra la realidad, ¿acaso no es una razón válida para indignarse?

Ciertamente podría alguien sostener que resulta antiargentino empañar la celebración de la mediocridad de un subcampeonato destruyendo un pedazo de la República. Pero creo yo que es más antiargentino renunciar a la gloria total, la que nos merecemos desde 1816 por lo menos. Esos originarios –esos “incluidos” del sistema por “mamá” Cristina–, al destrozar las calles enajenados por la droga y la decepción, están reaccionando visceralmente como argentinos. Aunque muerdan a la mano que les da de comer, se ve que a sus almas las tocó el espíritu de la argentinidad. Por ello destruyen. Con sus cabellos quiscudos y sus pieles bronceadas en ausencia del sol, con su salvajía y su barbarie, repudian a la mentira de los relatos. Instintivamente (porque no pueden hacerlo de otro modo) comprenden que, por más que Argentina esté para grandes cosas, son los pequeños hombres del Plata quienes impiden que el triunfo nacional se materialice.

Por ello me enorgullece lo que las niñas del seleccionado nacional de hockey sobre césped hicieron recientemente. Obligadas a prostituir sus éxitos para alimentar unas fabulaciones intolerables, renunciaron a vestir los colores del país. Esa es la mejor manera de defender a la Patria: no colaborar con el Ejército de Ocupación.

El enojo de estas muchachas en flor se empezó a cultivar el año pasado, cuando el cleptócrata Aníbal Fernández (el autoimpuesto mandamás del hockey federado argentino) negoció con el nefasto José Alperovich la organización de un torneo internacional de su deporte en Tucumán. Todo en aquel evento fue un desastre.

En primer lugar falló el calendario: elegir una zona subtropical del hemisferio sur para competir en el mes de noviembre es, simplemente, bananero. Las altas temperaturas afectaron a las jugadoras, tanto a las argentinas como a las extranjeras, quienes hasta temieron de morir insoladas. Después primó el encierro: si bien los saqueos llegarían unos días después de concluido el torneo, a ninguno de los visitantes les pareció demasiado agradable la imagen que presenta San Miguel de Tucumán por fuera de las Cuatro Avenidas. Así, con la excusa de evitar el calor, la mayor parte de las jugadoras de hockey se limitaron a permanecer en los hoteles, haciendo esporádicas excursiones al exterior más con espíritu aventurero que con auténtico interés turístico.

Finalmente el otro gran fracaso de aquella oportunidad fue la infraestructura. Pese a que el Moloch había destinado una suma descomunal para construir un estadio de escaso lujo, el torneo comenzó con la obra aún sin haber sido concluida. Unos días antes, a través de los diarios, se pidió la colaboración de voluntarios para que se acercasen al lugar y aunque sea ayudasen a pintar, para que el impacto de la improvisación quedase mínimamente mitigado.

Tras la traumática experiencia tucumana, las jugadoras de hockey notaron que las estaban usando con fines nada agradables y optaron por lo más digno: presentar sus renuncias. ¿Acaso nuestro Gobernador y nuestra Presidente, más allá de sus apellidos, no pueden imitar ese ejemplo de argentinidad y renunciar ellos también? ¿Les falta dignidad o es que nunca la han tenido?


César Thames 

miércoles, 9 de julio de 2014

El buitre vernáculo

Apreciado lector,

Quiso Dios que el 9 de Julio me encontrase en Tucumán. Tenía pensado viajar al extranjero por estas fechas para arreglar algunos asuntos financieros ante el default inminente, pero pospuse mi viaje unos días por motivos que no vienen al caso. Pude yo así ver como el Ejército de Ocupación Kirchnerista oprobiaba a la Patria enviando al truhán de Amado Boudou para que encabece el acto por la Declaración de Independencia de 1816.

Unos días antes de presenciar esta afrenta contra la argentinidad, hube yo concurrido a una reunión organizada por el gobierno tucumano en la restaurada Casa Bazán, lo que ahora se conoce como “Casa Histórica”, “Casa de la Independencia” o “Casita de Tucumán”, por ser sede de un museo que figura en el reverso de las monedas de 50 centavos. Yo fui invitado en calidad de empresario, aunque quise que se me anunciase como miembro del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas. Podría haber apelado a cualquier otra afiliación o sacado a relucir cualquier otro título, pero creo que mi pertenencia a la mentada institución dejaba en claro que yo no soy un buscavidas sino un guardián de la tradición argentina, y que mi presencia en ese tipo de actos tiene por fin enaltecer la conmemoración. En la kermés de la calle Congreso de Tucumán, me encontré con unos pocos amigos, algunos conocidos y un interminable y patético desfile de nouveaux riches, muchos de ellos gente de negocios, pero la gran mayoría meros politicastros. No resistí mucho y me fui del lugar antes de que los oradores terminaran con sus parloteos. ¡Hasta el Rabino Sergio Bergman, el mismo cobarde que votó por convertir al pañuelo de las madres de los subversivos en emblema nacional, estaba presente! “¿Qué tendrá que ver toda esa gente con aquellos grandes hombres que se atrevieron a firmar un acta para dar nacimiento a la República?” es algo que todavía me pregunto. La gran mayoría de esos convidados no sólo no tienen sangre de próceres, ni siquiera tienen el espíritu de gloria que guiaba a nuestros hombres.

Después de ese episodio tuve que tolerar la telenovela del acto del 9 de Julio. Desde 1991, San Miguel de Tucumán es declarada Capital del país por un día, en una suerte de gesto simbólico que pretende ser una celebración del federalismo. Por ello la presencia del Presidente de la Nación en la ciudad para esa fecha se ha vuelto algo común. Este año se esperaba contar con la repugnante visita de Cristina Fernández de Kirchner, pero en su lugar recibimos algo mucho peor: al procesado Amado Boudou. Antes de que el Vicepresidente llegase rodeado de ministros (y hasta de un Diputado Nacional bonaerense que se atrevió a empapelar la ciudad con carteles lanzando su candidatura presidencial para 2015), hubo todo un sainete kirchnerista mal guionado. Aparentemente Cristina Fernández de Kirchner iba a dar un encendido discurso sobre la independencia económica y la soberanía política, con los papanatas de José Mujica, Evo Morales, Rafael Correa y Nicolás Maduro como aplaudidores de lujo. Todo ello el 9 de Julio, para que los congresales de 1816 se revuelquen en sus tumbas. Pero al Ministro de Economía Axel Kicillof lo obligaron a viajar a Nueva York por la misma fecha para acordar un plan de pago con el cual regalarles el patrimonio económico nacional a los acreedores extranjeros, por lo que todo quedó cancelado. La Presidente estiró su licencia por cuestiones médicas, y el polémico Boudou apareció como su reemplazante natural.

Al principio se creyó que la presencia del dueño de la máquina de hacer billetes no resultaba del todo conveniente, así que se anunció que el que iba a ir a encabezar los agasajos hacia la Patria era el bandido Gerardo Zamora, actual Senador Nacional pero más conocido por haber sido el tiranuelo que gobernó por ocho años consecutivos a la vecina Santiago del Estero. Sin embargo los Alperovich están enemistados con Zamora desde que éste les robase a ellos el puesto que a fuerza de obsecuencia extrema habían conseguido en la pirámide de poder kirchnerista, por lo que se dice que fueron ellos mismos quienes demandaron la presencia de su amigo y aliado Amado Boudou. Prometieron recibirlo como a un príncipe.

De esa manera el delincuente se hizo presente. Pasó velozmente por la Casa de la Independencia (aprovechando para devaluar a las páginas del libro de visitas ilustres), y luego se dirigió a un teatro sobre calle San Martín para hacer su discurso. Allí habló de colonialismo, de Juan Perón y, claro, de Cristina y Néstor Kirchner. No fue un acto cívico, sino un acto político. Mejor así, ya que este infeliz no puede decir nada sobre los ínclitos de la Patria, pero si puede hablar con infatuación sobre todos esos populistas que tanto daño le han hecho a la Argentina.

Afuera del teatro el escenario fue la triste postal de siempre: gente arreada por dinero y alimentos, periodistas agredidos, manifestantes que no fueron escuchados, y miles y miles de ciudadanos listos para profesar algo así como un jacobinismo de masas motivado por once muchachos corriendo detrás de un pelota mientras al país los devoran los buitres foráneos y vernáculos.  



César Thames

jueves, 3 de julio de 2014

Casas de terror

Apreciado lector,

No creo que disienta conmigo si afirmo que los jueces tucumanos son una auténtica vergüenza. No todos, claro, pues siempre hay alguna excepción. Pero la mayoría de los encargados de impartir justicia en Tucumán deberían juzgarse a si mismo y condenarse severamente.

El reproche más certero que se le puede hacer a nuestros jueces está relacionado a la indigna obsecuencia que practican, lo que, en numerosos casos, los ha convertido en cómplices de la gavilla que gobierna la provincia. Esto es normal cuando los familiares deben juzgarse entre si, o cuando algún miserable quiere obtener una ventaja o un favor a cambio de la oferta de su imparcialidad.

Lo otro igualmente grave es su incapacidad para ejercer como magistrados de la República. Una cosa es que los jueces se corrompan y otra es que le usurpen el lugar a alguien que lo merece. Alperovich ha sido promotor de las usurpaciones, facilitándole el acceso a toda clase de póngido entogado que de política saben mucho pero que de justicia no tienen la más mínima idea, al mismo tiempo que le negó el cargo a aquellos que, a través de los concursos, ganaron legítimamente sus puestos.

De los muchos magistrados que enturbian el arte de impartir justicia en el actual Tucumán referiré, en esta oportunidad, sólo a uno: Gabriel Casas. Casas es un hombre que proviene del periodismo y del peronismo, o sea proviene de una de las profesiones más pestíferas que existen y del movimiento político que ha condenado a nuestro país a todo tipos de ruinas. Cuando empezaron esas rondas de venganzas en contra de los veteranos de la guerra contra la subversión, a Casas le tocó dictar sentencia contra esos héroes por ser un integrante del Tribunal Oral Federal. Así, diciendo defender “los derechos humanos”, mandó a inocente tras inocente a la cárcel, a cumplir una condena impuesta por cuestiones meramente políticas.  

De todos modos mientras Casas se regocija por estar castigando a “genocidas”, los verdaderos genocidas gozan de su protección. Y quien no quiera creerme que investigue acerca de lo que este hombre ha hecho frente a los narcotraficantes que se multiplican en suelo tucumano.

En una entrevista reciente a La Gaceta, Casas comentó que a todo infeliz que la policía atrapa con droga encima él busca dejarlo en libertad. Sin ningún prurito admite que no puede distinguir el límite entre un patético consumidor y un infame vendedor, por lo que apuesta siempre a favorecer a los delincuentes. Y para rematar agrega que las dádivas que el Estado hace a las familias con dinero público (v. gr. la Asignación Universal por Hijo) ayuda a los vendedores a dejar su oficio, ya que esos pocos pesos que reciben no por hacer algo sino sólo por ser alguien les permiten sobrevivir sin vender muerte en diversas dosis. Supone Casas –benévola o cínicamente– que el delincuente que comercializa droga es una persona sin recursos que no le queda otra salida más que convertirse en un genocida a pequeña escala. Vale decir, el Juez victimiza a quien debería castigar.

Las estupideces que declaró Casas causaron enojo y preocupación. Evidentemente este improvisado ignora hasta lo que el Papa Francisco dijo sobre la cultura de las drogas y el negocio del narcotráfico. Estando yo en Europa hace unas semanas atrás, me enteré del discurso que Su Santidad hizo en la clausura de la International Drug Enforcement Conference. Con mucha coherencia y sentido común, Francisco marcó un triple abordaje al problema: estigmatizar el negocio del narcotráfico, pedir por la creación de empleo digno y oportunidades reales para los jóvenes, y reforzar el trabajo preventivo en torno al consumo. En la misma velada hizo un llamado a prohibir todo tipo de drogas, desalentando así la idea de que hay que abrirle la puerta al conjunto de drogas ilegales que –a base de propaganda pero sin sustento científico– parecen menos dañinas que otras. No podemos darnos el lujo de abrirle de par en par la puerta de descenso al infierno a millones de obscuros sólo para que a un mentecato de La Cámpora o de la Juventud del Meretz no le hagan el amor no requerido en una prisión argentina.

Este facilitador del mercado de la muerte de Casas debería tomar nota de lo que se dice desde Roma. Y debería también mirar en la vecina provincia de Salta, donde si bien la situación judicial no es mucho más brillante que en Tucumán, al menos se actúa con cierta dureza ante los narcotraficantes, y se los ataca en sus posiciones, como cuando un juez de allá mandó a demolerle la casilla a un vendedor de paco. La idea es que si se empieza a destruirle las guaridas a las cucarachas, es posible que también caiga algún zar, alguno de esos tipejos más concentrados en lograr la impunidad e impulsar la decadencia que en hacerle un bien a la comunidad.



César Thames